Hermanas de la Caridad del Verbo Encarnado San Antonio, TX
Siempre he encontrado a Dios muy de cerca en la naturaleza, en la belleza y en los rituales. Crecí en la zona media de Missouri y desde que aprendí a caminar pasé mucho tiempo esquiando, nadando y pescando en sus ríos, jugando en los riachuelos y en los bosques. La soledad de esas horas de belleza silenciosa y de imaginación, descubriendo la creación, me llevaron al corazón del Creador y al abrazo del Dios Encarnado, Jesús.
Una de mis tías es una Religiosa de Loreto y las Hermanas del Verbo Encarnado fueron mis maestras en la primaria; crecí conociendo y amando a las hermanas. Estoy segura de que eso ayudó a nutrir mi llamado a la vida religiosa. Cuando le pidieron a mi mamá que hiciera un traje de baño para mi maestra de segundo año, supe que las hermanas iban a nadar y que yo podría hacer cosas que me acercaban a Dios si alguna vez llegaba a ser una Religiosa. Lo que me atrajo a la vida religiosa fueron las hermanas que yo conocía. Yo quería ser como ellas: les veía llenas de vida, alegres y generosas. Eran mujeres felices que se preocupaban por los demás.
Cuando ingresé con las Hermanas de la Caridad del Verbo Encarnado; acostumbrarme a la rutina y a la disciplina de oración fue diferente para mí, pero no fue una práctica desconocida. Mi familia practicaba la oración antes y después de las comidas, en los rosarios familiares, en las Devociones del Perpetuo Socorro los martes por la noche en nuestra parroquia; regularmente recibíamos el sacramento de la reconciliación, asistíamos a la Misa Dominical y mis padres asistían a Misa todos los días, antes de despertarnos en la mañana. Al parecer, mis padres vivían al ritmo de la oración en su vida diaria. Lo mismo hacían las hermanas, aunque tal vez las prácticas eran diferentes en cierta forma. En mis primeros años aprendí a divertirme mucho, a trabajar duro y a orar con fidelidad.
A lo largo de los años, he tenido varios ministerios distintos y he trabajado con una gran variedad de personas. Di clases de química en una preparatoria de niñas, fui directora vocacional en la Diócesis de Jefferson City, Missouri; fui directora vocacional para nuestra Congregación en Estados Unidos; trabajé con los religiosos y religiosas y como Co-Vicaria de Religiosos en la Arquidiócesis de San Luis, trabajé en nuestro Equipo de Liderazgo, fui directora de novicias, he sido directora espiritual y facilitadora de procesos, y actualmente soy Asociada Pastoral en una parroquia grande con muchas familias jóvenes. He disfrutado mis diversas tareas, pero lo que me hace feliz y me mantiene firme, es el camino espiritual al que el Dios que me Ama me ha invitado. Estos ministerios me han permitido estar cada vez más cerca de Dios y he podido servir al pueblo de Dios.
¡Es una Aventura emocionante llegar a conocer a Dios y amarlo profundamente! Comenzó con sutileza cuando me acostaba en el suelo en los bosques del otoño siendo niña. Se nutrió a lo largo de los años y en mis encuentros con Dios a través de diversas formas de oración y contemplación, y con las oportunidades de estudiar teología y espiritualidad. El deleite que siento al planificar y llevar a cabo rituales y retiros, fortalece mi don de creatividad, lo que me ayuda a tener una percepción de Dios que supera nuestra imaginación.
Como religiosa, yo tomo en serio nuestro llamado a desafiar a la Iglesia en su desarrollo. Una de las formas de hacerlo es hacer todo lo que sea posible para ayudar a las mujeres a conocer y asumir su lugar en el mundo, en la Iglesia y en la sociedad. Durante muchas generaciones y en demasiados lugares las mujeres se han hecho a un lado.
Las mujeres necesitan abrazar el único don que tienen y ponerse de pie, hablar en voz alta, entrar en acción y hacer del mundo un lugar de paz. El llamado y el don de las mujeres que se comprometen con el mundo puede hacer que la Palabra de Dios se encarne ahora.
Mi vida es plena y siempre me presenta el reto de una conversión mayor y de una transformación personal. Responder a las necesidades del mundo de hoy significa estar conscientes de los problemas de justicia en todo el mundo, pero también entre nuestros vecinos, muchos de los cuales son inmigrantes. Cuando nuestras hermanas firmaron la Carta de la Tierra hace varios años, respondí sembrando un jardín en nuestra casa e hice todos los esfuerzos por cuidarlo con cariño. El cuidado del planeta es una opción personal y lucho con ella todos los días. Doy gracias a Dios por todas las religiosas que comparten mi sueño. Al apoyarnos unos a otros podemos lograr que ocurra un cambio en el mundo.
Es una gran bendición para mí y estoy muy agradecida por vivir mi vida como Hermana de la Caridad del Verbo Encarnado. Dios ciertamente es fiel a la promesa que me hizo y puedo responder con fidelidad por el amor que Dios me tiene.