Hermanas de la Caridad del Verbo Encarnado San Antonio, TX
Todo empezó cuando yo tenía ocho años. Mi papá me llevó a ver a una tía que pertenecía a una congregación religiosa; fuimos a su convento. Recuerdo que me senté en una banca, en hermoso jardín, afuera de la capilla, mientras mi papá hablaba con mi tía. Podía yo escuchar los sonidos de las estudiantes de ese lugar y de las hermanas llevando a cabo sus labores diarias. Es difícil expresarlo en palabras, pero empecé a sentirme muy cómoda, muy en paz y en esa calma pensé: “¡Qué bonito sería vivir aquí!”.
Entonces me di cuenta de que en el interior de la Capilla había una gran estatua del Sagrado Corazón de Jesús y que me estaba mirando como si me estuviera observando, como si quisiera hablar conmigo. Más tarde, mi papá me dijo que justo en ese momento, mi tía le preguntó: “¿En qué crees que está pensando Leticia?”. Recuerdo que sentí un impulso repentino de hablar con la imagen de Jesús y le dije: “Jesús, quiero ser tu novia por siempre”. Después, por supuesto, olvidé mi promesa, en especial durante mi adolescencia y juventud, pero creo que Jesús nunca la olvidó, porque me permitió recordar mi promesa mucho tiempo después.
Yo soy Leticia de Jesús Rodríguez, miembro con votos de la Congregación de las Hermanas de la Caridad del Verbo Encarnado de San Antonio. Tenía veintiún años cuando pude cumplir la promesa que le había hecho a Jesús cuando era niña; estaba comprometida para casarme con un muchacho que había sido mi novio durante más de cinco años y pensamos que había llegado el momento de casarnos. Pero algo no estaba bien. Había algo dentro de mí que no me dejaba ser, como si estuviera metiéndome en una situación que no era para mí, en lo que no sería yo feliz. Así que mi novio y yo hablamos al respecto y decidimos asistir a un retiro para jóvenes que estaban haciendo planes para casarse. Los dos asistimos, pero luego él no quiso regresar a terminar el curso. Yo sí lo terminé. Al final de la semana, nos preguntaron dónde nos veíamos en el futuro; yo por supuesto dije que quería hacer un compromiso de servicio, pero definitivamente no con un matrimonio. El hecho de reconocer esto me dio un nuevo sentido de libertad después de haberme sentido insegura conmigo misma durante cierto tiempo. Obviamente, se canceló mi compromiso y eso me hizo aún más feliz y me dio mayor libertad.
Como resultado de la seguridad que recibí después del retiro, busqué formas de canalizar mi deseo de servir, entré a un grupo juvenil de Estudios Bíblicos para prepararme para un ministerio en la Iglesia. Me preparé para ir a misiones en zonas pobres de mi país, México. Pertenecí al grupo de misioneros jóvenes durante dos años y descubrí que me sentía muy feliz prestando servicios a otros; eso me dio una mayor sensación de libertad que nunca antes había sentido. Durante mi período como misionera laica, Jesús me recordó que yo le había prometido que nunca iba a casarme y que sería su novia por siempre. Así que renové ese voto, en privado, por supuesto y eso me dio paz y estabilidad emocional… al menos durante cierto tiempo. Sin embargo, en mi corazón, yo no estaba en paz. Poco después entendí que mi necesidad de Dios nunca estaba satisfecha; sino que era más fuerte cada día. Fue entonces cuando me di cuenta de que quería hacer un compromiso a tiempo completo con Jesús; pero al mismo tiempo me sentía atada a mi trabajo, a mis amigos, a mis pasatiempos y aventura, y sobre todo, a mi familia.
Durante este período de crisis, Dios me mandó una promotora vocacional de las Hermanas de la Caridad del Verbo Encarnado, que fue un don de Dios para mí. Estando en una entrevista y después de haber discutido y lamentado mi situación, la hermana me preguntó: “Leticia, ¿crees en mí? ¿Crees que te estoy diciendo la verdad?”. Le dije que sí, que tenía fe en que Dios me la había mandado. Entonces ella dijo: “Leticia, tienes vocación para la vida religiosa. Jesús, el Verbo Encarnado, te está llamando a su servicio. ¿Lo crees?”. Fue entonces cuando me di cuenta de que esas eran las palabras que mi corazón anhelaba escuchar y le respondí con los ojos llenos de lágrimas: “Sí, lo creo”.
Después de esa entrevista, inicié un proceso de preparación que no fue fácil (más bien fue todo lo contrario). El 5 de septiembre de 1985, finalmente pude iniciarme en la vida religiosa en la Congregación de las Hermanas de la Caridad del Verbo Encarnado. Hice mis primeros votos el 15 de agosto de 1988. Ahora estoy esperando el momento de celebrar (y confío que podré hacerlo) el vigésimo quinto aniversario de mi consagración religiosa en 2013. Con la ayuda de Jesús, el Verbo Encarnado y con las oraciones de todos ustedes, mis lectores, continuaré y terminaré mi vida como “Su novia por siempre”, hasta el final.