Hermanas de la Divina Providencia

Crecí en Luisiana en la década de 1950 como nieta de inmigrantes. Las divisiones en la sociedad siempre me hicieron sentir mal. Asistí a escuelas católicas y las Hermanas de la Divina Providencia fueron mis maestras. Llegaron a ser ejemplos a imitar para mí. Las veía como maestras, directoras, personas que se preocupaban por otros independientemente de sus antecedentes étnicos o económicos, mujeres que marcaban una diferencia. Yo quería ser como ellas y dedicar mi vida a Dios. Después de entrar a la Congregación, pensé que mi vida estaba resuelta. Sería maestra. Lo que no entendí era que la vida no es así de sencilla.

Llenando el hueco: La Congregación me mandó a dar clases en una escuela pública de estudiantes afro-americanos; tenía 22 estudiantes. Ya había dado clases a estudiantes de raza blanca de clase media alta. Cuando los niños llegaban al primer grado ya sabían leer. En Luisiana, mis alumnos tenían 11 años, estaban en segundo grado y no sabían leer. En ese momento me di cuenta de lo injusto que es todo nuestro sistema y busqué un ministerio donde la Iglesia y otras instituciones abordaran lo que les estaba pasando a las familias en nuestro país.

Encontré ese ministerio cuando empecé a trabajar con las Comunidades Organizadas por el Servicio Público [Communities Organized for Public Service (COPS)]. COPS es parte de la Fundación de Áreas Industriales [Industrial Areas Foundation (IAF)] un instituto para el desarrollo del liderazgo que involucra a los ciudadanos en la vida pública en base a los valores democráticos judeo-cristianos. Durante más de 2 años he trabajado en Texas con las organizaciones de la IAF. Gracias a este trabajo, cientos de miles de familias ya tienen agua potable y drenajes adecuados, decenas de miles de adultos han recibido entrenamiento y tienen trabajos que les permiten mantener a sus familias, cientos de escuelas han cambiado su cultura, miles de inmigrantes han conseguido la ciudadanía estadounidense y lo que es más importante, miles de líderes parroquiales se han involucrado en la vida de sus comunidades. Estos líderes han desafiado la forma en que nuestra cultura los ha definido. Han llegado a participar, no a ser clientes; son ciudadanos, no clientes; son gente activa, no víctimas. Al trabajar organizando con la IAF, he podido vivir mi compromiso con mi Congregación religiosa. He encontrado el vehículo para vivir como Jesús nos enseñó.